Las condiciones de vida en los barcos eran extremadamente duras. La alimentación era escasa y poco variada, con un desprecio notorio de frutas y verduras frescas. El hambre y las enfermedades eran constantes compañeros.
El sufrimiento de los tercios embarcados en las armadas de la Monarquía Hispánica en los siglos XVI y XVII
Los miembros de los tercios que se embarcaban en las armadas de guerra de la Monarquía Hispánica en los siglos XVI y XVII vivieron experiencias traumáticas y desgarradoras. No hay que olvidar que pasaban meses en cautiverio marítimo y la navegación se consideraba un negocio desesperado y espantoso. Debido a estas duras condiciones, la tripulación estaba conformada por personas de diferentes orígenes y vocaciones. Entre ellos, se encontraban ladrones, aventureros, campesinos que huían de sus familias en el campo y hasta condenados por la justicia por bígamos u otros delitos. Esta falta de control en la selección de la tripulación se debió en gran parte al declive demográfico del siglo XVII, cuando los funcionarios reales se vieron obligados a ser menos estrictos en cuanto a los requisitos de los miembros de la tripulación.
Además, las condiciones de vida en los barcos eran extremadamente duras. La alimentación era escasa y poco variada, con un alto precio por frutas y verduras frescas. El hambre y las enfermedades eran constantes, lo que aumentaba el sufrimiento de los tercios embarcados.
¿Por qué se unían a la tripulación de un barco? Podríamos encontrar diversas razones como la necesidad, la pobreza o el hambre en sus lugares de origen. También algunos, sobre todo los hijos de la nobleza, buscaban hacer méritos. Otros escapaban de sentencias, mientras que algunos deseaban recibir tres comidas al día, aprender un oficio, ascender en la sociedad o simplemente vivir una aventura. Aun con salarios bajos, el reparto de botín, cargamentos, dinero y rehenes ofrecía un incentivo interesante.
Una vez enrolados, debían enfrentarse a diversos desafíos en medio del vasto océano, como la soledad, una dieta inadecuada o los problemas de convivencia con sus compañeros y superiores. Además, debían realizar tareas específicas y acostumbrarse a una rutina antes del combate, lo que significaba estar separados de sus familias. La atención médica y la higiene eran precarias, y las enfermedades, la suciedad, el hacinamiento y los naufragios eran situaciones recurrentes. Hay que recordar que los barcos eran como fortalezas flotantes en las que debían vivir en condiciones difíciles.
Los desafíos diarios
Es famoso el dicho de los griegos clásicos que menciona tres categorías de personas: los vivos, los muertos y los marineros. De hecho, las condiciones de vida en el mar eran muy duras, independientemente del tipo de embarcación. En el Mediterráneo, predominaban las galeras, que se dividían en galera, galeaza y galeota según su tamaño. Eran propulsadas por remos, aunque también tenían velas y poco espacio para cañones. En el océano Atlántico, reinaban los galeones: barcos de alto bordo con velas, cañones en los costados y una capacidad de carga de cincuenta a ochenta piezas.
La tripulación se componía de los hombres en cargos de mando, la gente común, que incluía a los soldados, y los marineros con diversas jerarquías. Y luego estaban los hombres que remaban, entre los que se encontraban voluntarios, prisioneros, convictos, esclavos y otros. Pese a su papel esencial en el funcionamiento del barco, estos últimos eran tratados de forma inhumana.
Sin importar el tipo de embarcación, las condiciones de vida eran extremadamente difíciles. Los hombres debían vivir en espacios reducidos, rodeados de animales y con apenas luz natural. Sus pertenencias personales consistían en escasos objetos que debían llevar en cofres de madera. Además, tenían que lidiar con la falta de higiene y limpieza, en medio del agua salada y durmiendo en condiciones insalubres. El temido mareo era una constante en el mar, y bañarse era un lujo reservado a unos pocos. El baño no era considerado una práctica masculina y se pensaba que la suciedad protegía del frío y de las pulgas, aunque también podía provocar enfermedades.
Alimentación y enfermedades
Pese a todo, muchos se unían a la tripulación de un barco porque la vida en un navío les ofrecía una oportunidad de escapar de la miseria en la que vivían. Y aunque la comida no era apetecible, era mejor que la alternativa. Los barcos iban bien abastecidos y la dieta incluía pan, galletas, queso, aceitunas, legumbres y carne salada. Pero la higiene era un problema constante, y la comida se contagiaba con el mal olor que predominaba en la nave.
Pero las provisiones se pudrían. En general, la alimentación era deficiente y poco variada, con mucha falta de productos frescos. Los animales embarcados como cerdos, ovejas, alguna res, gallinas y aves se consumían rápidamente y convivían con los productos secos. Se incluían también en la dieta alimentos como anchoas, pasas, ciruelas, higos y carne de membrillo. El queso era un elemento esencial en la dieta, ya que podía conservarse durante mucho tiempo y servía como sustituto de la carne y el pescado. Sin embargo, al endurecerse, se hacía difícil de comer. Además, había un desconocimiento total de cómo conservar los alimentos durante los viajes largos.
Se realizaban tres comidas al día. El desayuno consistía en galletas, vino (como fuente de energía), tocino o pescado. El almuerzo, que tenía lugar alrededor de las 11 de la mañana, era la principal comida del día y constaba de un plato de verduras, arroz en días alternos y carne o pescado seco, como anchoas o cazón. La carne se guardaba en trozos secos y finos de 4 a 5 cm de espesor en salmuera (agua con altas concentraciones de sal) para su conservación. Esta era la única comida caliente del día y se preparaba en fogones de metal, siempre que las condiciones meteorológicas lo permitieran. En la cena, se distribuía una ración que era la mitad de la del almuerzo. Como bebida, se consumía agua, aunque a menudo se podía pudrir a las dos semanas. Se permitía un litro por persona al día. También había un litro de vino (tinto, blanco y dulce andaluz) y cerveza, una especie de líquido verdoso que se mareaba en el mar. Además, se utilizaba vinagre para disimular el sabor y la mala calidad de los alimentos.
Si la comida era escasa, el desecho era aún más complicado. La tripulación subía a la borda y usaban bacinillas que después arrojaban al mar. Para preservar la intimidad, gritaban «vista a proa» para indicar a los demás que no mirasen. Sin embargo, esta práctica era peligrosa durante mal tiempo o tormentas. Más tarde, alguien pensó que no era una forma digna de morir y se instaló un tipo de inodoro en la popa del barco conocido como «jardín», o «gunner store» en Inglaterra, haciendo alusión a la flatulencia. Consistía en una tabla con un agujero que sobresalía por el costado del barco.
En términos de salud y asistencia médica, los marineros se enfrentaban a enfermedades como disentería, tifus, fiebre amarilla, cólera, malaria, sarampión, viruela, infecciones en heridas, mareos, vómitos y sepsis. Estas enfermedades eran muy comunes debido a las condiciones insalubres a bordo. En conclusión, durante los enfrentamientos navales, las muertes por enfermedades eran más numerosas que las causadas por el combate en sí. Una enfermedad típica entre los marineros era el escorbuto, la plaga de los navegantes, causado por la falta de vitamina C debido a la falta de frutas y verduras frescas en la dieta. Sus síntomas incluían hinchazón de las encías y la lengua, palidez, tumefacción de los ojos, debilitamiento, diarrea, problemas renales, hemorragias y, en casos extremos, la muerte. Cuando un marinero moría por esta enfermedad, se envolvía su cuerpo en una manta y se lanzaba al mar con un peso.
La atención médica a bordo era insuficiente y escasa, y el ambiente húmedo y sucio dificultaba aún más cualquier intento de cuidado médico. Aunque existían barcos hospitales, si el barco se hundía, solo había un médico por cada mil personas a bordo, generalmente barberos o sangradores. Se escribieron muchos tratados y libros sobre cómo curar las heridas, y las heridas causadas por los cañones se trataban principalmente con amputaciones y cauterización con objetos calientes como metal o aceite hirviendo, sin anestesia. A veces se utilizaban medicinas como opio o beleño, así como compresas de vino y licores, aunque estas a menudo causaban infecciones. El gran problema era la aparición de pus, para lo que aún no se había descubierto un tratamiento eficaz. Para cerrar las heridas, se usaba grasa animal y se aplicaban compresas de vino y alcohol, que eran menos dolorosas pero más propensas a causar infecciones y gangrena.
En el caso de lesiones causadas por espadas o lanzas, se realizaba una sutura. Las heridas causadas por proyectiles o balas eran especialmente graves y difíciles de tratar, ya que solían provocar hemorragias internas, astillar los huesos e infecciones. Para estas heridas, se utilizaban ungüentos a base de minio (óxido de plomo en polvo), pero no siempre eran efectivos.
Los marineros enfrentaban muchos peligros durante sus viajes, como naufragios, tormentas, colisiones, bancos de arena, fugas de agua, incendios, roturas de aparejos o la pérdida del timón. Generalmente, morían por naufragios durante un combate, o como consec
La vida después del servicio militar
Vivir a expensas de la caridad y la incertidumbre
En tiempos de guerra, los soldados y marineros vivían constantemente en peligro. Además de enfrentarse a los enemigos en batalla, tenían que lidiar con otras amenazas como la posible explosión de la pólvora u otros explosivos almacenados en los barcos. También estaban a expensas de los brulotes, embarcaciones cargadas con materiales inflamables y explosivos que se lanzaban contra los buques enemigos por sorpresa. Ante esta situación, no es de extrañar que la religiosidad a bordo se viviera intensamente como una forma de encontrar consuelo y protección. La fe era un refugio para estos valientes soldados.
El futuro incierto de los soldados
Sin embargo, la vida después del servicio militar no estaba asegurada para estos hombres que arriesgaron sus vidas por su patria y su rey. Al licenciarse, no tenían una pensión garantizada, ni existía un sistema de jubilación para ellos. Muchos se encontraron en una situación de pobreza y tuvieron que depender de la caridad de sus camaradas o de instituciones benéficas y religiosas. Eran considerados como «soldados viejos o estropeados», y su destino dependía de su salud, discapacidad, edad o de su capacidad para reinsertarse en la vida civil. Algunos tuvieron más suerte y lograron obtener pensiones o cargos en la corte, mientras que otros regresaban a sus lugares de origen en busca de una nueva oportunidad.
Un final triste para unos verdaderos héroes
Es lamentable pensar que después de toda una vida dedicada al servicio militar y a la lucha por su patria, muchos soldados tuvieron un final incierto y dependían de la caridad de otros para sobrevivir. Este es el triste destino de muchos de estos veteranos, cuyo sacrificio y valentía deberían ser reconocidos y recompensados de forma justa. Sin embargo, su historia es una lección de humildad y resiliencia, y merecen ser recordados como verdaderos héroes. La próxima vez que veamos a un soldado veterano, debemos recordar todo lo que han dado por nosotros y agradecerles por su servicio.